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El tiempo que esperé ha valido la pena. Se puede cuestionar
la historia, ya lo sé. Quizás a algunos de los que la hayáis leído os parezca
que la historia en sí y el desenlace hayan sido decepcionantes. A mí no me ha
pasado. Yo en la trama no voy a entrar porque no es lo que más me ha gustado
del libro y, al final, eso es lo menos relevante porque, a mi modo de ver, lo
que Guillemo Saccomano pretende de nosotros con “El oficinista” es que nos
empapemos de una atmósfera, de una ciudad sin nombre, en un momento atemporal.
Es muy difícil en tan pocas páginas crear un mundo que intuimos futurista sólo
porque no lo hemos vivido, ya que tiene trazas de tiempos cercanos, lo cual
puede apreciarse con esa recreación de un mundo empresarial propio
de la primera mitad del siglo XX. Yo la veo ambientada en un futuro caótico, con
trazas del presente y
también del pasado, donde el ser humano ha dejado de existir, de vivir por sí mismos eligiendo sus destinos, un mundo donde la fractura social es definitiva.
también del pasado, donde el ser humano ha dejado de existir, de vivir por sí mismos eligiendo sus destinos, un mundo donde la fractura social es definitiva.
Los personajes de “El oficinista” han dejado de existir
hasta tal punto, que ya no quedan ni sus propios nombres. Sólo son nombrados por un rasgo,
un parentesco o por una etiqueta laboral. Saccomano hábilmente quiere que
participemos de esa falta de existencia, de esa sensación de incertidumbre, de
esa falta de aire lograda a base de capítulos y frases cortas y esas aspas de helicópteros, siempre presentes, removiendo el aire e instalando el ruido. Logra con su estilo que el lector no
sepa más que lo que un habitante de esa ciudad es capaz de llegar a conocer,
que viva de suposiciones, de prejuicios, de permanente miedo a la seguridad.
Aquí está la clave. Guillermo nos presenta a un narrador que vive pegado al
protagonista, a ese oficinista triste que vive cada día como un bucle contínuo.
A veces tenía que pararme y cerciorarme de si el narrador no era en primera
persona, pero no, era en tercera persona, ¡vaya si lo era!, pero tan cercano al
protagonista que era difícil de discernir donde acababa el narrador y empezaba
el personaje. Yo me sentí subido a la chepa del oficinista, visualizando sus
pensamientos, siguiendo sus razonamientos, viviendo su angustia enfermiza. La calle está llena de peligros, sin embargo, paradójicamente, al oficinista nunca le pasa nada (miren la portada, no es casual). Incluso se le perdona el ir a la
cárcel por parte de la policía en una de las escenas. Esto, que podría parecer
inverosímil y alejado de la realidad, a mi modo de ver es intencionado, lo
introduce Guillermo como un factor más para hacernos ver a ese personaje como
un auténtico don nadie, ni siquiera merecedor de tener una historia emocionante
en la cárcel, ni siquiera merecedor de ser héroe de su propia novela.
Guillermo Saccomanno (imagen extraída de google images) |
Como veis no puedo ocultar que me ha gustado El oficinista. Es
técnicamente una genialidad literaria. Me recuerda mucho, salvando las
distancias, a “Bartleby el escribiente” de Herman Melville, sólo que aquí nos
poníamos en la piel de quien observa al
protagonista sin llegar a saber nunca por qué esa obstinación y
persistencia en la resistencia pasiva al trabajo. Por el contrario, en “El oficinista” nos
ponemos en la piel del protagonista, una figura sin importancia que no tiene, el pobre, ni un mísero
perro clonado que se fije en él y lo vea lo suficientemente apetitoso como para
darle un bocado.
Crítica: Miguel Ángel Brito
@mabrito67
Crítica: Miguel Ángel Brito
@mabrito67
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