03 diciembre, 2013

Nueva reseña de 'El oficinista', de Guillermo Saccomanno

"Una experiencia que, por su exceso de soledad,
sólo puede llamarse rusa."  
                                                            Franz Kafka, Diarios

Con esta cita da comienzo El oficinista, de Guillermo Saccomanno, obra  a la que he llegado al ser la seleccionada en el club de lectura de La Esfera Cultural para el mes de noviembre. Todo un acierto y un experiencia que el grácil verbo de un ex-torero de Ubrique describiría como im-presionante. No, en serio, El oficinista es una obra magnífica y se halla ya entre los mejores libros que he leído en el 2013. ¿Y por qué este entusiasmo os preguntaréis? Os cuento...
El admirado José Ovejero- que descubrí con La ética de la crueldad y del que tengo pendiente La invención del amor- ante la pregunta ¿Cómo  se mide la calidad de un escritor? respondía...  
"(...) lo que me interesa es un escritor que me hace mirar las cosas de otra manera, (...) o que mis sentimientos cambien de alguna manera de tonalidad, que me acerque a ellos de otra manera. Si un libro no me cambia, no me parece que sea un buen libro. Puede estar bien, pero nada más que eso."
Bajo esta premisa, Guillermo Saccomanno es un escritor de calidad innegable. Su mirada sobre la realidad que crea se proyecta en la del lector sobre su propia realidad y logra en El oficinista cambiar en cierto modo nuestra visión del mundo recreando una
realidad distópica desasosegante. El vértigo, ese desasosiego que indudablemente produce la lectura, viene dado por la certeza de que ese mundo que se nos presenta es en gran medida, mayor de la deseada y deseable, la realidad en la que vivimos y que nos rodea. 


"Se pregunta hasta cuándo será un personaje secundario en la vida de todo el mundo."
 Nuestro protagonista es el oficinista, un hombre gris, cansado, triste, solo, a la espera de esa oportunidad, la gran oportunidad, que haga despertar al otro, su otro yo, alejado de la sumisión e indignidad de su vida tanto profesional como familiar. Y el narrador se pega a sus talones para acercarnos hasta sus más íntimos pensamientos, sentimientos y emociones. Es el oficinista un personaje sin nombre, sin verdadera identidad, como el resto de personajes, a los que se alude en referencia al trabajo que desempeñan o a la relación que tienen con el protagonista: el compañero, el jefe, la secretaria, la mujer, la cría (prole de hijos),... Todos ellos son seres grises, sin esperanza, en un mundo desolador, gris, frío, de noche casi permanente, de humo y llovizna ácida, de frecuentes ataques terrorista, de control policial, de ruidosos helicópteros sobrevolando permanentemente la anónima ciudad, de desahuciados tirados por las calles, de niños importados/adoptados, de prostitución infantil, de desechos tóxicos y jaurías de perros clonados,... 
"Es que no se pude pensar en la víctimas todo el tiempo si uno quiere seguir viviendo."
Y este Bartleby, no escribiente sino oficinista, que todavía no ha perdido del todo la esperanza, a la espera de su oportunidad, lucha por la supervivencia en este mundo hostil en el que la amistad, la empatía, la confianza, el idealismo no tienen ya apenas cabida. Sin embargo, quizá pueda producirse el milagro. "Un hecho trascendente debe estar motivado por una pasión". El amor, su amor por la secretaria, puede acaso dar sentido a todo. Puede ser su oportunidad, lo que dé lugar a ese hecho trascendente. Pero, ¿de qué será capaz para hacer realidad su sueño, el sueño del otro? ¿Logrará elevarse o se degradará en el intento? 
"Entre empujones, balanceos, es un cuerpo entre los cuerpos. Vacas hacia le matadero. Futuras reses. Quizá los guerrilleros tengan razón al atentar contra los subtes: es el método más eficaz para terminar con los que no enfrentan su destino."

"Él ahora es otro. Y el otro no tiene piedad. La piedad socava. El otro está más allá de la lástima. El otro sabe que los mendigos, por ejemplo, son tan molestos como necesarios. Molestos porque irrumpen el paso, apestan y espantan: son lo que uno puede ser, sin escalas, mañana mismo. Necesarios, porque su presencia permiten la caridad: basta una limosna para que uno se sienta filántropo. La tragedia de los otros atenúa la propia. Ésta es la verdad, se dice, pero nadie quiere admitir que es así. Es que la sinceridad tiene mala prensa."
El oficinista, Premio Biblioteca Breve, es una novela muy bien construida, "un triunfo del arte de novelar", como dijo Ricardo Méndez Salmón, de una gran calidad artesanal; es además  un texto con mensaje escrito con un estilo en absoluto grandilocuente ni elaborado, y en un envoltorio muy ameno que no da tregua al lector hasta el final. Altamente recomendable.

"Porque el infierno es el subsuelo de uno mismo, se dice. Un sótano donde nadie puede mentir ni mentirse. Éste es el peor castigo que puede infligirse a alguien: quitarle toda ilusión de vanidad, hasta la más mínima."

 Reseña de Carmen Forján, administradora del blog literario Carmen y amig@s

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