Título: Cañas y barro Autor: Vicente Blasco Ibáñez Editorial: La Esfera Cultural |
No vi la serie Cañas y barro.
Me acerqué a este libro
con curiosidad y temiendo encontrar algo trasnochado, una lectura
envejecida. Nada más lejos de la realidad.
Intentaré explicar por
qué.
SINOPSIS:
Tonet, el menor de la
familia Paloma, saga de barqueros de El Palmar, vuelve de la guerra
en Cuba y se reencuentra con Neleta, su antigua novia y amiga de la
infancia, que se ha casado con un viudo mayor, gordo y enfermo, el
hombre más rico del pueblo: el tío Cañamel. Tonet y Neleta
empiezan una relación clandestina vigilados de cerca por la
Samaruca, hermana de la difunta esposa de Cañamel, una mujer
amargada y rencorosa.
El marido de Neleta muere
y le deja su fortuna, siempre que nunca vuelva a unirse a otro
hombre. En tal caso, Neleta perdería toda la herencia.
Neleta y Tonet continúan
su relación a espaldas del pueblo, pero cuando Neleta se queda
embarazada deberán tomar una trágica decisión si quieren quedarse
con la herencia.
LOS PERSONAJES
El tío Paloma, el
mejor pescador de la Albufera, duro, fanfarrón, orgulloso.
“¿Cuándo se había
visto un Paloma con amo?”, “El tío Paloma, pálido de rabia al
oír a su hijo, miraba fijamente una percha caída a lo largo de la
pared, y las manos se le iban a ella para romperle la cabeza. Se la
hubiera roto de ocurrir la rebeldía en otros tiempos, pues se
consideraba con derecho después de tal atentado a su autoridad de
padre antiguo.”
El tío Toni, hijo
del tío Paloma, silencioso, disciplinado, trabajador, sufrido.
“Las mujeres de El
Palmar alababan no menos sus sanas costumbres. Ni locuras con los
jóvenes que se congregaban en la taberna, ni juegos con ciertos
perdidos(...). Siempre serio y pronto para el trabajo, Tono no daba a
su padre el menor disgusto”.
Tonet, el Cubano,
nieto e hijo de los Paloma, hedonista, holgazán, codicioso: un
dechado de virtudes que Blasco Ibáñez no intenta suavizar en ningún
momento.
“Pero en la voluntad de
Tonet nunca soplaba el mismo viento. La conmovían furiosas ráfagas
de actividad y reaparecía después la calma de una pereza dominadora
y absoluta”-.”
Neleta, la niña
pobre que se enamora de su compañero de juegos, quien la deja por
aburrimiento y la busca cuando ya no puede ser suya. Neleta cambia su
suerte al casarse con el rico Cañamel y no está dispuesta a
renunciar a cuanto tiene, cueste lo que cueste.
“(…) Un relámpago de
alegría pasó por sus ojos; pero de inmediato se entenebrecieron,
como si la razón reapareciese en ella y bajó la cabeza con gesto
huraño e inabordable.
—¡Vés-te’n,
vés-te’n! ´murmuró— ¿Es que vols perdre’m?”
El tío Cañamel: “Lo
que él tenía era la enfermedad del rico: sobra de dinero y exceso
de buena vida. No había más que verle la panza, la faz rubicunda,
los carrillos que casi ocultaban su naricilla redonda y sus ojos
ahogados por el oleaje de la grasa. (…). Y Cañamel avanzaba una
pierna dentro de la barca, penosamente, con débiles quejidos, sin
soltar a Neleta, mientras refunfuñaba contra las gentes que se
burlaban de su salud”.
Sangonera, el
borracho: “No, Tonet; él no podía trabajar; él no trabajaría
aunque le obligasen. El trabajo era obra del Diablo: una
desobediencia a Dios; el más grave de los pecados…”)
El pare Miqel:
“Decíase que lo habían enviado allí de castigo, pero él
parecía tomar su desgracia muy a gusto. Cazador infatigable, apenas terminaba su misa se calzaba las alpargatas de esparto,
encasquetábase la gorra de piel, y seguido por su perro, metíase
Dehesa adentro o hacía correr su barquito por entre los espesos
carrizales para tirar a las pollas de agua”.
Su moral era sencilla:
residía en el estómago. Cuando los penitentes excusaban sus
faltas en el confesionario, la penitencia era siempre la misma. ¡Lo que debían hacer era comer más!
faltas en el confesionario, la penitencia era siempre la misma. ¡Lo que debían hacer era comer más!
La Samaruca: “La
antigua cuñada de Cañamel hablaba de esto de puerta en puerta. ¡Se
entendían, no había más que verlos! ¡Bueno iban a poner al
imbécil tabernero! ¡Entre los dos se comerían toda la fortuna
que había amasado la pobre de su hermana!”
La Borda: “…
trayendo de allá una niña de seis años, una bestezuela tímida,
arisca y fea, que sacaron de la casa de expósitos. Se llamaba
Visanteta, pero todos, para que no olvidase su origen, con esa
crueldad inconsciente de la incultura popular, la llamaron la Borda”.
El autor de Cañas y barro, Vicente Blasco Ibáñez |
Nacido en Valencia en
1868, Vicente Blasco Ibáñez ha sido enmarcado en ocasiones entre
los escritores de la Generación del 98, otras como un escritor
naturalista, a veces como costumbrista.
Prolífico, muestra en
algunas de sus obras magníficas descripciones de la huerta de
Valencia, de su mar, de la Albufera.
En ellas denuncia la
situación social de sus habitantes, la falta de cultura, las
condiciones insalubres, las diferencias de clases, las precarias
condiciones de vida de los campesinos y pescadores.
Es en este marco
referencial en el que debemos abordar la lectura de “Cañas y
barro”.
Al menos, así es como yo
la abordé, porque no cabe duda de que en ocasiones la distancia
temporal, más de un siglo y numerosísimos cambios sociales, hace
que su lectura se vea lastrada por un lenguaje a veces arcaico
(“Perdióse la bala en el espacio”) o el uso que ya no se
considera adecuado de los gerundios, y un exceso de posicionamiento
moral (“Pero al enredarse la barca en unas raíces, el miserable,
como si quisiera aligerar…”; “Contagiado por la codicia de
Neleta…”, “Por fortuna para Tono, no se cumplían los designios
del maligno viejo”, “El codicioso tabernero usaba con el mayor
aplomo estos recuerdos…”).
En un momento como el
actual, en el que la prisa nos domina, el hecho de que una lectura
sea muy descriptiva a veces hace que se considere como peor o menos
interesante. Y Cañas y barro lo es. Sin embargo, aunque las
descripciones de los lugares y costumbres de la Albufera de finales
del siglo XIX y principios del siglo XX son detallistas, minuciosas,
repletas de colores, sabores y olores, no son tan morosas como para
desear pasar por encima.
Al contrario, a través de
ellas he podido retrotraerme a una época, una sociedad, un lugar que
no conocía y tal vez en ello resida la atracción que ha despertado
en mí.
Los animales que pueblan
la Albufera: fulicas, pollas de agua, patos, tencas y anguilas,
fochas y collverts, agrós, morells, piulós y lubinas.
Las artes de pesca: desde
el artificio de los redolíns a la simple brutalidad de la
fitora.
Las barracas: “En el
centro ardía un fogón a nivel del suelo: un pequeño espacio
cuadrado con orla de ladrillos. Enfrente el banco de la cocina, con
una pobre fila de cacharros y antiguos azulejos.”
Las costumbres: la
Demaná, los albaes, las tiradas, el sorteo de
los redolins.
Las enfermedades: las
fiebres tercianas de los arrozales, el alcoholismo, la insuficiencia
cardiaca del tío Cañamel.
Pero estas cuestiones
(arcaísmos, posicionamiento ético, preciosismo en las
descripciones) no han conseguido que disminuyera en mí el interés
de una lectura vívida y con nervio. No en vano, Cañas y barro se
editó como una novela por entregas, en la que cada capítulo tenía
que captar la atención del lector para que aguardara con avidez la
siguiente entrega.
En Cañas y barro destaca
la potente historia de pasiones fácilmente reconocibles e
intemporales: la lucha por la supervivencia en un mundo mísero, el
orgullo, el choque generacional, el amor, el deseo, la codicia, la
fuerza de voluntad.
Los personajes, quizá
sean algo monolíticos, pero están llenos de fuerza. No puedes
odiarlos por muy despreciables que sean, porque en ellos laten
pulsiones tan humanas que te hacen vibrar: el coraje del tío Toni,
la abnegación de la Borda, la crueldad del tío Paloma, el egoísmo
de Tonet y Neleta, la lujuria de Cañamel. El borrachín de
Sangonera, el pare Miqel, bronco y cazador, Samaruca, la resentida.
Quizá Neleta sea el
único personaje que experimenta cambios significativos en su
carácter, algo de agradecer entre tantos personajes arquetípicos.
Me quedo con los cambios en el brillo de sus ojos, que definen sus
estados de ánimo.
Otra de las bazas de
Cañas y barro, tal vez la mayor, es el lenguaje, que Blasco Ibáñez
maneja de forma certera, trufándolo de frases y expresiones en
valenciano, que aportan la cercanía necesaria para que los
personajes cobren vida.
“Se asomaban a la
puerta con paso vacilante, pues los más de ellos estaban ebrios
después de haber comido con los cazadores.
—Sangonera, Fill
meu! Com estás?
Pero inmediatamente
retrocedían, heridos por el hedor del lecho de inmundicias en que se
revolvía el enfermo”.
“Tonet mostrábase
inquieto.
—Che…! No feu el
porc… decía a sus amigos con acento paternal”.
En resumen, Cañas y
barro es, en mi opinión, una novela que discurre a veces lenta, como
el agua entre los cañizares de la Albufera, a veces fluida y
tempestuosa, como las noches de buena pesca en los redolins.
Un novela digna de ser
leída y disfrutada.
Reseña: +Ana J.
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