#Crítica de Sukkwan Island – David Vann
Título: Sukkwan Island Autor: David Vann ISBN: 978-84-937943-2-3 Editorial: Ediciones Alfabia Páginas: 210 |
Considero
fundamental comentar que David Vann (1966) nace en Adak Island,
Alaska, que al divorciarse sus padres, se traslada con su madre y su
hermana a California, que su progenitor trabaja como dentista, que a la edad de
13 años, le propone regresar a Alaska y pasar una temporada juntos, que el niño
no acepta, no quiere separarse de su madre, de su hermana y de sus amigos, que
a los pocos días el padre se pega un tiro mientras habla por teléfono con la madrastra
del chico. Es fácil suponer que con estos antecedentes, cualquier persona crezca
con cierto sentimiento de culpa, el suficiente como para ir madurando un buen número
de cuestiones que se pueden resumir en una pregunta ¿qué hubiera pasado si acepto
pasar con mi padre aquellos días vacacionales?
Y
años más tarde, David Vann está trabajando en una serie de relatos vertebrados
en torno al suicidio, y cómo no, al creador le asalta la posibilidad de
ficcionar una respuesta a la pregunta que ha meditado durante años, una
respuesta que sirva como tributo amoroso del hijo al padre perdido. Aunque
estuvo diez años madurando tal posibilidad, escribió la novela en tan solo diecisiete
días, mientras realizaba una travesía a vela entre California y Hawái. Doce
años después, consigue publicar La Leyenda de un suicidio, un
libro de relatos que incluye Sukkwan Island, en
la dedicatoria de la novela dice:
A mi
padre
James
Edwin Vann
1940 –
1980
El escritor David Vann |
Sukkwan Island es un libro inquietante, que intima
en la relación de un padre y su hijo de trece años. Estos modernos pioneros pretenden
convivir durante doce meses en una cabaña claustrofóbica, situada en una isla
inhóspita, con un clima extremo y una naturaleza salvaje. Sukkwan es una isla imaginaria
situada en Alaska, sin vecinos en kilómetros a la redonda, a la que sólo se
puede acceder por barco o hidroavión, que únicamente tiene una pequeña cabaña situada
cerca de una cala en la que se pueden pescar salmones y salvelinos, una isla
agreste con amenazas de osos, bosques de árboles grandiosos y montañas de 600
metros.
Novela estructurada en
dos partes, en la primera asistimos a la llegada y conato de adaptación de Jim
y su hijo Roy. Jim es un hombre incompatible para vivir en pareja, ha sido
infiel con las dos mujeres que ha tenido, tampoco ha sido capaz de conservar su
trabajo como dentista, ha adquirido problemas con Hacienda. Con estas
perspectivas, este hombre que huye de
la realidad y que no sabe cuidar de sí mismo, pretende convivir con su hijo en condiciones extremas, al igual que hacían los colonizadores. Pero en el primer día de estancia en la isla tiene que improvisar, no ha sido capaz de provisionarse en condiciones, carece de suficiente comida, semillas, madera, herramientas, etc., y Roy percibe los primeros síntomas de desesperación de su padre, entiende que todo es incierto y durante la primera noche:
la realidad y que no sabe cuidar de sí mismo, pretende convivir con su hijo en condiciones extremas, al igual que hacían los colonizadores. Pero en el primer día de estancia en la isla tiene que improvisar, no ha sido capaz de provisionarse en condiciones, carece de suficiente comida, semillas, madera, herramientas, etc., y Roy percibe los primeros síntomas de desesperación de su padre, entiende que todo es incierto y durante la primera noche:
… y luego se despertó porque se dio cuenta de
que oía que su padre lloraba quedamente, con sonidos ahogados y ocultos. El
cuarto era muy pequeño y Roy no sabía si podía fingir que no lo oía, pero lo
hizo de todas formas y se quedó despierto una hora…
Los días pasan
lentamente, por las mañanas Jim se siente alegre y resuelto, exigiendo al niño
más actividad, trabajan en torno a la cabaña, practican senderismo entre
bosques y montañas, salen de caza y de pesca, y sin embargo, Roy se siente
solo, echa de menos a su madre y a su hermana, durante las noches escucha a su
padre llorar y susurrar. Si la intención de Jim es recuperar el tiempo perdido
y estrechar lazos con su hijo, éste no se siente “más unido a su padre que durante sus
ocasionales vacaciones”
Roy lee Moby Dick, la
novela de aventuras oceánicas de Herman Melville (1819-1891), al niño le gusta
el mar, pero el inadaptado de su padre no sabe escucharle, cuando dialogan divaga y emplea
términos como “lo
siento” constantemente. Aunque Jim se considera
encerrado en la cabaña y en la isla, sus cavilaciones habitan fuera de este
entorno, piensa en mujeres e intenta una y otra vez comunicarse por radio con
Rhoda, su segunda esposa, con la que ha roto hace un año. La relación
padre-hijo se consume poco a poco como se hunden en el barro las paredes del
pozo que han cavado durante el verano.
Con el paso de las
semanas estivales, muda el paisaje, el hábitat, la flora, la fauna. Aparece la
lluvia constante, la niebla densa, el frio glaciar, la montaña blanca, la
tierra indómita, el horizonte impreciso, las tormentas, las nevadas y los ventisqueros,
la oscuridad es dueña del ambiente, la isla salvaje maltrata a los pioneros que
parecen dementes en un entorno aislado, la naturaleza ejerce de tercer
personaje:
“Caminó hacia el agua, pisando cuidadosamente
las piedras redondas y húmedas, y oyó la lluvia que caía por todas partes, una
pantalla regular de sonido que tapaba todos los demás ruidos. También era el
único olor. Incluso cuando olía a tierra y mar, incluso cuando Roy captaba los
perfumes de lo que imaginaba que eran helechos y ortigas y madera podrida, solo
parecían parte del olor de la lluvia. Y se daba cuenta de que iba a ser así,
casi siempre. Los días claros que habían tenido eran una rareza. La lluvia
densa, y el mundo encerrado en ella, eran todo lo que iba a conocer. Ese sería
su hogar”
Mucho se está comparado la novela de David Vann con
la obra de Cormac McCarthy (1933), es evidente que hay similitudes formales en
la descripción de la naturaleza, en el amor por los espacios libres, en el peso
de la violencia, en las frases cortas, en los diálogos escuetos que subrayan los
perfiles psicológicos; pero es con La Carretera, donde la afinidad entre las
novelas es más evidente: el padre enfermo huye con el hijo y tienen que luchar
por sobrevivir en medios hostiles. Y una curiosidad, cuando desde El Club de
los 1001 Lectores recibí la propuesta de escribir esta reseña, estaba inmerso
en las páginas de Meridiano
de sangre, la mítica y muy violenta novela
de McCarthy que tanto entusiasma a Vann. En Sukkwan Island,
la violencia es sutil, psicológica, soterrada en la narración, mientras que en Meridiano de sangre
es cruel, directa, implacable.
Los personajes de Sukkwan Island, son perseguidos por fantasmas. En la trama,
la sombra del suicidio es un tema latente, como lo es también el horror de la
depresión, esa enfermedad que se estima está en las dos terceras partes de los
suicidios. Jim es un hombre depresivo que bordea tal posibilidad, baste
recordar el accidente voluntario en el barranco en presencia del niño o la
figura de la Magnun .44, convertida en un personaje secundario, pero
trascendental en la novela.
Y cuando el lector está
sumergido en los paisajes de Alaska, atrapado por el argumento, fascinado con los
personajes, mortificado por el relación paterno–filial; de repente, la novela ejecuta
un giro fulminante, ¿qué ha pasado?, retorna la vista unas líneas atrás,
necesita cerciorarse de que ha entendido lo que ha leído, ¿cómo es posible?, y
sí, es verdad, es momento de apartarse del libro y coger aire. David Vann, como
los grandes, transmite emociones sin piedad. El mismo lector se hace una
pregunta: ¿Cómo es posible destruir lo que se ama en un instante, en una acción
incontrolada?
Angustiado, el lector
comienza la segunda parte de la novela; si bien parece que David Vann ha realizado
el trabajo más duro, la novela no decae, sigue un camino fascinante, un
descenso a los infiernos: Sufrimiento, Dolor, Hambre, Sed, Recuerdos, Jim ya no
piensa en mujeres como un trastornado, prefiere hablar con Roy, ¡por fin
entiende a su hijo! El peregrinaje será definitivo.
“…pero la estancia se había convertido en eso
para él. En vez de relajarse y llegar a conocer a su hijo, sólo se había
preocupado en sobrevivir...”
“…Ahora Jim se daba cuenta. Roy había ido a
salvarlo, había ido porque tenía miedo de que su padre se suicidara…”
Sukkwan Island
contiene muchas de las cualidades que se le suponen a una buena novela: dura,
bella, violenta, humana, demente, oscura, con dos personajes inolvidables en
estado de aislamiento e incomunicación y con un emotivo retrato de la
naturaleza que parece meter baza en la subsistencia de los protagonistas.
Este
lector, +José A. Perales, tiene deberes para el 2014: Caribou Island y Tierra. David Vann, un
autor a seguir.
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