Así
empieza lo malo. Javier Marías
Alfaguara 2014, (Penguin Randon House Grupo editorial S. A. U.)
Alfaguara 2014, (Penguin Randon House Grupo editorial S. A. U.)
«(…) el mundo depende de sus relatores y también de los que oyen el cuento y lo condicionan a veces (…)».
Siempre que publico una reseña de un
libro, me hago la misma ristra de preguntas, hasta dónde debo desvelar su
argumento, hasta dónde doy pistas de su contenido, cuánto puedo revelar de la
trama para que quien se acerque a la obra después de leer mi reseña no pierda
la sorpresa, y, al mismo tiempo, no se sienta confundido o, peor aún, engañado.
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Portada de la primera edición (2014) |
Sin embargo,
cuando se escribe para abrir el diálogo en un club de lectura, donde se supone
que todos o la inmensa mayoría hemos leído la novela, parece que la cuestión
tiene menos importancia… Pero sólo es pura apariencia, porque no siempre todo
el mundo ha leído y quizá no sólo accedan a estas líneas los miembros de este
Club.
No obstante en
el caso de las novelas de Javier Marías, el asunto quizá adquiera un menor relieve,
porque su obra se caracteriza por la tenue levedad de la trama, apenas cuatro
pinceladas sobre las que teje su escritura que es lo importante. Y aún así,
también en sus novelas hay sorpresa, hay giro inesperado, desenlace que no
conviene proclamar, porque sería como decir en una novela de misterio que el
asesino es el mayordomo, si es que el escritor descubre al homicida en las
últimas páginas de su historia.
Creo, siempre
lo he creído, que lo importante de la obra de Marías —y este caso no iba a ser
menos, aunque no es tan obvio como en otras novelas— no anida, tanto en los
hechos que narra, sino en cómo los narra.
Cuando acabé la
lectura de esta novela, allá por los principios del último agosto, en mi diario
dejé anotados estos dos párrafos:
«“Así empieza lo malo” (primer hemistiquio de un hermosísimo alejandrino shakesperiano: “Así empieza lo malo, lo peor queda atrás”) es una novela que —acaso siguiendo la senda de “Los enamoramientos”— es menos Marías que otras, y sin embargo no deja de serlo. Uno no puede saber si esta tendencia a cierto alivio en la densidad de sus letras, esta tendencia a hacer un poco más vigorosa la trama en sus libros, se debe a una lógica evolución de su autor, a cierto cansancio en su modo más tradicional de escritura, a un modo de plegarse a los intereses editoriales.
«A pesar de ser ésta una historia menos densa que otras, una historia donde suceden o, mejor dicho, se cuentan más cosas, es inconfundible la prosa del madrileño, su sello personal e intransferible, sobre todo el ritmo poético de su fraseo, la mirada lenta y detallada sobre cada minuto y cada persona, su deseo de avanzar, después de haber ahondado; este libro alberga una historia en la que el autor reflexiona no sólo acerca del deseo, como afirma la crítica, al menos la que he leído, sino también del rencor, del olvido, del perdón, del modo de asumir los agravios y daños causados por otros, para evitar que continúe la espiral del odio, para conseguir que la convivencia no sea una tortura o no sea la victoria del fuerte sobre el débil. »
El narrador inicia
la novela con una reflexión que se debería tener muy presente durante toda su
lectura: la referencia a un pasado que, a su vez, se remonta a otro tiempo más